Un pequeño relato cortesía de Juan Carlos Poó Arenas, sobre cómo no denunciar el acoso te lleva a perder amistades.
«Corría el año de 1969 y mi segundo ciclo escolar de educación básica. A mis cortos 8 años disfrutaba enormemente la compañía de mi único y mejor amigo de aventuras en esos tiempos, el famoso “Pajarito”, y no precisamente el que ustedes piensan, sino mi compañero de clases que por quien sabe qué razones se había ganado ese tan popular mote. Recuerdo que él era bajito, flaco, moreno y usaba anteojos todo el tiempo.
Éramos inseparables amigos y cómplices de risas y travesuras. Por las mañanas el camión de la escuela nos llevaba y desde que yo subía “el pajarito” ya me esperaba con su grata sonrisa. En el recreo nos ingeniábamos siempre juegos de lo más divertido; en el salón nos
sentábamos banca con banca por lo menos mientras nuestra inquietud dormía, pues cuando comenzábamos las bromas la maestra nos separaba y cambiaba de lugar para no mantenernos juntos. Y por la tarde, nuevamente en el mismo camión, compartíamos las experiencias vividas durante el día. No había nada más emocionante y alegre que ser amigos, “cuatachos de los buenos”.
Pero la amistad tendría que pasar una prueba muy grande que a nuestra corta edad jamás hubiésemos esperado.
Después de meses de vernos juntos y con ese lazo afectivo tan grande que demostrábamos uno hacia el otro, llegó el día en que un grupo de pendencieros (que califica a la persona que evidencia una propensión a las peleas y los enfrentamientos) de secundaria que viajaban en el mismo camión escolar comenzaron a provocarnos con la única finalidad de enemistarnos. Nos llamaban “señoritas”, preguntaban “si éramos novios” y nos sometían día tras día a una serie de acosos que verdaderamente ya nos tenía fastidiados.
Después de acosarnos durante varios días, quitarnos el lunch y golpetearnos en la cabeza, el grupo de inadaptados nos presentó una propuesta que difícilmente un niño de 8 años podría evadir: El caso es que o nos partíamos la madre entre “El Pájarito” y yo para demostrar nuestra hombría, o ellos nos darían una golpiza a ambos. Inútilmente tratamos de negociar con ellos. Estaban ansiosos por ver como dos amigos sucumbían ante el temor de sus amenazas.
En un intento por calmar las ansias de sangre, guiñé el ojo al pajarito y en secreto le dije que debíamos seguirles la corriente para que nos dejaran en paz. Así que le pedí me tirara una bofetada sin lastimarme. Así lo hizo, pero se burlaron tanto de él por la actuación que casi lo hacen llorar. Fue entonces cuando sin previo aviso y lleno de furia, mi amigo, mi mejor amigo, mi único amigo, cerró su puño con fuerza y me tiró tal golpe seco en la cara que me botó al asiento de atrás y me dejó completamente pasmado. La sangre comenzó a brotar de mi nariz y las lágrimas de mis ojos. No paraba de llorar. Jamás me había pegado nadie y yo no sabía cómo defenderme. Pero o que más dolor me causó fue escuchar las risas de aquellos niños más grandes cuando vieron que mi mejor amigo me dio la espalda para evitar ser objeto de sus burlas.
Desde luego la amistad entre mi amigo y yo se perdió en la penumbra de ese día, cuando al pajarito le aplaudieron y de mí se rieron, pues a partir de entonces prefirió darme la espalda para no meterse nuevamente en problemas con los que solamente deseaban fastidiar a los más pequeños.
¿Estás convencido de que el Brand-Bullying es un tipo de acoso que se debe denunciar? Es lo mejor para ti y para todos. No permitas que abusen de ti.«
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